LA FUNCIÓN DE LAS TABLAS
- Evento Capital
- 7 sept 2019
- 4 Min. de lectura
Por: Chanelle Gómez

¿Alguna vez se ha preguntado por qué las personas van al teatro? No lo hacen porque sea una actividad cool, o porque haga que parezcan más cultos. Ellas quieren emociones, están en búsqueda de algo que aflore los sentimientos dormidos por la rutina y cobijados de cotidianidad.
Finaliza la obra y el público se conmociona; actores, director, elenco, salen al escenario para saludar al público y desenmascararse. Los espectadores se levantan de su asiento y con sus palmas forman un sonido lluvioso y emotivo para el dramaturgo y el elenco. ¿Por qué los halagan de la manera en que lo hacen?
Más allá de las actuaciones magistrales, de una banda sonora que emociona, y de tantos elementos que en conjunto conmueven la ovación se provoca para que el elenco sienta la misma emoción que ellos sintieron mientras la vida misma se desarrollaba frente a sus ojos.
Con sus aplausos les están diciendo que afectaron su vida, que sus historias les llegaron de una forma única, profunda y sobre todo personal.
Les agradecen no por contarles una historia sino por hacerles partícipe de ella, por haberles enseñado aspectos quizá nunca antes vividos. Aplauden con la melancolía de que la obra terminó. Salen sorprendidos porque se dan cuenta de que el teatro no es para intelectuales, fascinados porque descubrieron que su tema es universal y enamorados porque viven una experiencia con la que se pudieron identificar.
Cientos de autores han hablado de esta magia, desde Aristóteles hasta Shakespeare en sus obras Poéticas.
Los directores de actualidad, supieron reconocer la fuerza narrativa de ese contacto humano a lo largo de la obra. Un contacto que nos lleva a la empatía y a sentir con los personajes sus sentimientos, a compartir sus luchas y a preocuparnos por sus acciones y consecuencias.
En una entrevista al icono del teatro Fanny Mikey quien fue directora y dramaturga habló del poder del teatro sobre las personas:
"La gente te dice yo no voy al teatro porque no entiendo. Y yo siempre les digo lo mismo: “No necesitas entender, necesitas sentir y emocionarte no más. Si te produce alguna emoción te hace reír o te hace llorar, ya está cumplida la función y siempre la vas a pasar bien”.
A otros no les gusta verse, y es que el teatro nos muestra tal como somos. No precisamente usted o yo, pero sí el ser humano y muchas veces la gente no quiere mirarse al espejo, entonces lo rechaza. Y si bien lo ayuda a reflexionar no le da soluciones, porque el teatro no está para decirle: “Tiene que portarse así”. El teatro le muestra y después usted saca conclusión”.
Si no va, ¿cómo va a vivir todo esto?
No siempre podemos generalizar, hay gente que no disfruta al máximo de este arte, o como dije anteriormente no le gusta verse. Tienen preferencias con la literatura o el cine y pasan por alto cuando el verso se vuelve escena y se transmite en vivo, como es el caso del periodista y escritor Héctor Abad Faciolince quien en una de sus columnas de opinión habla de su desagrado por el gremio afirmando lo siguiente:
‘’Lo digo sin orgullo, casi con pena. Ir al teatro me produce una aversión parecida a comer hígado de perro crudo. Los comediantes salen al escenario, gritan, manotean, hacen reír al público, y yo siento una mezcla de vergüenza ajena, rabia y malestar. Quiero salir corriendo. Sentado en la butaca no me meto en la acción: veo un espectáculo ridículo, caduco, un muerto en vida. Una antigualla que huele mal, una impostura’’.
El teatro en Colombia tuvo una época de éxito, de salas llenas, de boletas agotadas e inclusive se convirtió en algo ameno, familiar y perfecto para una primera cita pero no duró mucho.
Para tristeza de los artistas de las tablas, de los aspirantes al escenario y los fanáticos de este arte la economía naranja participa con más del 3% en el Producto Interno Bruto del país, la mayoría de los ingresos de ese segmento se concentran en la televisión y los negocios digitales según la Revista Dinero.
La inversión en espectáculos ha disminuido por cuenta de la masificación de las plataformas tecnológicas y la coyuntura económica actual del país.
“Los hábitos de consumo han cambiado, ya que los días habituales de teatro han decaído (martes, miércoles y jueves) no por el cine sino por otro tipo de actividades” que realizan las personas para distraerse.
A diferencia de lo que sucede con la televisión, el teatro no es un trabajo tan rentable pues no hay una base de espectadores sólida que soporte la actividad.

Gracias a esto pequeños grupos de teatro se rinden, se vencen ante la preocupante y deshonrosa situación. El teatro agoniza en las taquillas vacías, el teatro grita en medio de una silletería inmóvil, el teatro se derrama en los recuerdos de un viejo actor, con giras pasadas, antiguas funciones y uno que otro lío amoroso.
Alucina, pero conserva ilusiones y no le importa patear la lonchera las veces que sean necesarias con el fin único de la pasión que amerita la representación humana.
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